El
tema no es nuevo. La competencia entre el hombre y el toro (al margen de la
caza) en la Península Ibérica ha tenido desde antiguo partidarios y
detractores. Ya a mediados del siglo XIII Alfonso X prohibió que el hombre se
enfrentase a cualquier animal para combatirle por razones económicas,
admitiendo no obstante el encuentro si el fin era mostrar su valor y destreza.
Las fiestas, torneos, o como quiera que -con más o menos acierto- se quiera
denominar siempre vivas e imprevisibles en que el toro es protagonista de un
espectáculo con más defectos y brutalidades que estética, han sido y son
cuestionadas por razones económicas, religiosas o de sensibilidad pero se
mantienen al día de hoy.
En
España, a diferencia de otros países europeos perviven costumbres creencias y
actitudes de tiempos atrás -podríamos con certeza remontarnos al Medioevo-
actualizadas y puestas al día en lo externo pero sin perder la esencia
primitiva en lo emocional. Estos usos y costumbres se detectan con profusión en el sentido de lo
religioso no sólo en recónditos pueblos, también en las ciudades. Leo en dos
artículos de Antonio Muñoz Molina recogidos en La huerta del Edén[1]:
“La semana Santa a parte de confirmar la evidencia de que todo rastro de
laicismo público está siendo abolido en Andalucía…” (Ética del agua) y más adelante: “Si los novios (en referencia a
Antonio Banderas y Melanie Griffith), como han prometido en público, vuelven
por Semana Santa, lo más probable es que los alcen sobre un trono y los paseen
en procesión” (El pelotazo del verano).
Recordemos que Banderas ha dirigido el trono de la Virgen de las Lágrimas en
las procesiones de Málaga. Creencias y actitudes que también se hallan presentes en la mal llamada Fiesta (de origen incierto) Nacional que forma parte del modo de ser español (hasta en
pequeños pueblos había plazas de toros fijas o improvisadas) y expresión del
primitivismo (sin connotación peyorativa) hispano heredado de una tradición que
vinculaba estos festejos al sentimiento: nobleza, valor, elegancia, arte…
Tal
vez debamos buscar en lo profundo de estas y otras muchas manifestaciones e
identidades “tan nuestras” la razón y empecinamiento en mantener como grupo,
determinadas posturas que en ocasiones no mantenemos en lo individual. El toro
de la vega, hoy de plena actualidad, es una de ellas. Localismos, independencias,
diferencias étnicas, religiosas, la tolerancia a inmigración y exilio, son otras más. Los
enfrentamientos no se producen sólo por defender ideas, situaciones o expresiones
culturales, las más de las veces orgullo y sentido de pertenencia llevan a
defender la sinrazón.
1 comentario:
Hay tradiciones respetables y tradiciones que no son dignas de respeto. Así pienso yo. Una buena reflexión, Paco.
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