Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

sábado, 14 de octubre de 2017

UNA PÁGINA MÁS Y...,V


“De camino si no te importa, se ha hecho tarde”.

De camino las palabras discurrieron por la torrentera de una conversación urgente, carente de tiempo para reproducir los dictados del cerebro, se pisaban la palabra a mayor ritmo que el calzado sobre el adoquinado de la calle. El libro, ignorado bajo el brazo y a la sazón «Celestina» del encuentro, aguantaba el entusiasmo, a la espera de una oportunidad de escaso futuro. Sin acuerdo previo la pareja había  otorgado el protagonismo a los recuerdos, a la infancia en el pueblo: “qué tiempos”; “a veces uno se equivoca”; “Maripi era un poco «lanzada»…
Quedaron para el domingo, comerían juntos. El  beso primero a la izquierda y luego a la derecha hizo escala; por un momento sus labios se encontraron a mitad del camino.

[…]

-      ¡Me gusta tu coche!
-      ¿Y yo?
-      No estás mal –dijo sin rubor.

Aparcaron en la explanada del soto, cerca del restaurante. Reservaron mesa, tomaron un «Martini» y se encaminaron a la ribera donde el cauce acunaba a las fochas.

-      ¿Te apetece un paseo? Hay tiempo.
-      ¡Estupendo! –y se colgó de su brazo.

Sentados al sol tras una mata acariciaba el tatto de su cuello, ella tomó  la iniciativa y empujándolo hacia el suelo deshacía la atadura de la camisa jugueteando con el vello de su pecho, él la dejaba hacer siguiendo el curso de la botonadura de su blusa hasta descubrir un sugerente «Calvin Klein» de encaje negro. Jugaban a los besos encadenados; a ser felices; a recuperar el tiempo perdido.

-      Tal vez ninguno de los dos escogió bien.
-      Tal vez, pero tiene solución.
-      Al fin no hemos hablado del libro ni me has dicho nada del tatuaje.
-      El libro ha sido el vehículo, el tatto una premonición, yo soy Escorpio.

Y la atrajo hacia sí sellando la respuesta con un beso en el cuello.

NOTA. Inicié el juego de este intento en cinco entregas con la mente puesta en mi infancia cuando encaramado a algo poco más que un bordillo decía: «Mira, mamá, ¡sin manos!».
A veces necesitamos mirarnos en el espejo y decir sin rubor ¡No estás mal!


1 comentario:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Pero nada mal, Paco.
Con la Celestina de fondo. Qué delicia de relato.